Somos cuatro sopas que se terminan silenciosamente.
El ruido de la cuchara arrastrándose por el plato
Y pequeños sorbidos, que no sorbetes
Cuando algo se nos escapa de la boca.
Somos ese reloj de cocina que misteriosamente
se escucha por toda la casa.
El ruido de lavadora o friegaplatos
Y la mesa de comedor de adorno,
Que solo se utiliza los domingos.
Somos ese concepto de cosas innecesarias
Y volúmenes altos que se callan
Y tienen que dejar de cantar con el codo en la mesa.
Éramos el cazo que calienta la leche
Para conocer un microondas décadas más tarde.
Cuatro sopas silenciosas
Que nunca tienen que vernos llorar,
Que nunca tienen que vernos amar
Que nunca tienen que vernos sentir.
Somos esa prisa de tener todo en su sitio
Y el sello recordatorio de cada vez que vivimos al salir por la puerta.
Esa extraña acepción de la preferencia
Y la rara dualidad de los motivos privilegiados.
Bañeras limpias
Y generalizar a punta pala.
Cantar como ruido
Y crear como cosa fácil e innecesaria.
La tontuna nos posee.
Somos cuatro cucharas estrellándose contra el plato.
Creo que ahora entiendo
Por qué no me gusta la sopa.
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