Fuimos suaves, sutiles y estúpidos.
Nos dejamos atropellar mientras pintábamos el paso de cebra.
Teníamos un sentimiento claro y el pensamiento descompuesto.
Un día, se pasó el día
Y a la noche
Nos miramos la zona del cuerpo que habíamos olvidado.
Y resulta que allí estaba, con una especie de forma circular
Como saludando y esperando ser besado,
Escuchado,
Acariciado,
Amado…
Como nosotros no lo hicimos y como otros se olvidaron de hacer.
Allí estaba,
Nuestra peculiar cicatriz eterna
Que se suma con cada vez,
Y más y peor cada vez que nos lo olvidamos.
El ombligo.
Mi ombligo, tú ombligo, su ombligo…
Todas las cicatrices de quienes amamos
Como si la otra persona fuera todo
Y olvidando que también nosotros sentimos.
Y cuando el día se sumerge,
Volvemos a recordar
Que estuvimos locos y dejamos el corazón demasiadas veces
En el cajón de la batidora en la hora de merendar.
Que alguien, al desnudarnos, nos tocó
Sin saber besar nuestro ombligo como si todo el universo estuviese allí dentro.
Perdimos esa cicatriz nuestra
Al decir sí tantas veces seguidas con el corazón abierto.
Por eso ahora,
Quién sabe si más lúcidos o gilipollas ya del todo,
Recordamos nuestra tonta necesidad de sentir que somos algo más que hueco.
Recordamos la circunferencia irregular, equilibrio de nuestro cuerpo
Que nos permite hablar del yo, del me gusta y del espero, en su justa medida,
Y nos damos cuenta de que siempre, al mirarnos, recordaremos como otros,
No fueron capaces de encontrar ese hueco perfecto, donde quedarse a dormir,
Donde soplar la mente,
Donde besar el alma.
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